Palabras no estrenadas...
Abrió los ojos y miró hacia todos lados, en cuestión de segundos corrió hacia su mesa, buscó entre sus cajones y encontró aquel rectángulo lleno de hojas en blanco… Una vez más se animó a escribir, estaba muy concentrada dibujando cada letra, cada palabra, cada expresión. De pronto su alarma sonó, bajó la mirada y se dispuso a romper una de las hojas escritas…
Se notaba muy pensativa, su mirada desorientada lo confirmaba. Sin embargo, bastaron unos segundos para que ella se muestre impecable, re-estrenando el jeans de siempre, se sacó el piercing y maquilló su angustia.
Y ahí se encontraba ella, entrando al ascensor, mirando cada 20 segundos su reloj y al parecer tragando un sorbo de su incertidumbre.
Ni bien pisó la calle, tomó el primer taxi que pasó por ahí, le indicó la dirección y en el transcurso al lugar equis a donde se dirigía, ella practicaba algún tipo de discurso, el cual en varias ocasiones confundió conductor:
- ¿Decía señorita?
Y por medio del retrovisor, ella con un gesto le explicaba dos cosas: que haga caso omiso y que siga manejando…
Al llegar al lugar equis, que en realidad era un café poco concurrido, bajó del taxi y con otro gesto más le dio las gracias al conductor.
Entró al local, dirigió su mirada hacia la mesa del fondo en donde él la esperaba y sin decir un hola, se sentó.
Y entonces mucho silencio, demasiado…
Ella, para romper un poco con esa afonía, llamó al único mesero de la cafetería y pidió que le trajera un cappuccino, segundos siguientes el pedido estaba en la mesa.
Ella lo miraba con gran ternura, él simplemente la obviaba. Ella trató de decir algo que él no entendió o bueno en realidad lo único que consiguió fue un NO como respuestas, acto seguido la muy imbécil se vio envuelta en palabras sin estrenar.
Silencio... silencio... y más, silencio....
Aquella mañana se dijeron todo y se refugiaron en nada.
Unas vez más, sus palabras caían redondas y temblando por el piso helado de la cafetería, unas vez más las respuestas que él le daba no la satisfacían. Sus NO, parecían mensajes fugados de algún libro de protestas:
NO a esto
No al otro
Finalmente sus NO, eran sonidos rudos…
Qué tanto duraría su paciencia, su espera por algún sí. Ni ella mismo lo sabía. Así que cerró sus ojos fuertemente y de pronto él la llevó a su boca y le habló, la llevó a su boca y la convirtió en sonido… ¿El grito de protesta habría acabado? (se preguntó mientras lo besaba) Y mentalmente ella dijo: NO.
Con fuerza lo botó de su lado, haciendo que este cayera al suelo, él desconcertado la miró a los ojos, tratando de buscar en ellos ese lado tierno, pero ya nada de eso encontró. Su rostro de desconcertado pasó a uno de preocupación, se sorprendió que el mesero no se acercara a ellos.
Ella estaba demente por haber estrenado palabras que nunca debió pronunciar. No pasaron ni 10 segundos y el mesero se acercó, lo puso de pie y con ayuda de ella le colocaron una cinta adhesiva en la boca y amarraron sus manos. Él pataleaba e intentaba buscar una mirada de ella y NO lo lograba.
Ella salió primero, vigiló que no haya nadie en el perímetro de la cafetería, minutos después paró un carro, bajó un hombre, quien se encargó de meter al muchacho en la parte trasera del vehículo. Ella le dio unas instrucciones, en cuestión de segundos arrancó el carro y partió con un rumbo que sólo ella conocía.
Abrió los ojos y miró hacia todos lados, en cuestión de segundos corrió hacia su mesa, buscó entre sus cajones y encontró aquel rectángulo lleno de hojas en blanco… Una vez más se animó a escribir, estaba muy concentrada dibujando cada letra, cada palabra, cada expresión. De pronto su alarma sonó, hizo caso omiso y ese día la inspiración la acompañó, tenía mucho que escribir…
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